Cómo fue el origen de su exitoso plan de turismo rural.
Por
Javier López Linage
¡ARRIBA EL TELÓN!
Situémonos en el año 1983 y en el confín occidental de Asturias. [Ese territorio que empieza a contar desde Navia, en la costa, y desde el puerto de montaña de Leitariegos, en el interior, mirando siempre al poniente hasta toparse con los concejos gallegos de Lugo.] Será bastante fácil para los habitantes de la zona que tuvieran entonces más de 20 años. Evoquemos cómo eran sus economías locales (débiles) y sus rentas (bajas), las explotaciones ganaderas familiares (anticuadas), la densidad de la población (baja y envejecida), la calidad de las carreteras (pocas y malas), la de los servicios asistenciales sanitarios (mejor, olvídate…), la de los tendidos eléctricos en baja tensión (insuficientes y precarios), la de las telecomunicaciones (las chicas del cable…). Y recordemos la gran diferencia que había entre los concejos costeros y los del profundo y montuoso interior. Diferencias en todas las condiciones que acabo de exponer. A favor, claro, de la costa.
Teniendo bien fijado ese recuerdo, se podrá entender mucho mejor la llamativa sorpresa que causó en la zona la noticia de que el gobierno del Principado de Asturias iba a invertir un buen dinero para desarrollar un proyecto de…¡turismo! en Taramundi. ¿Tara…qué? La mayor nombradía de Taramundi era a cuenta de sus navajas y cuchillos. De factura rústica, sí; pero de corte, duración y precio, insuperables. Pero, con todo y con eso, situarlo en el mapa ya no estaba al alcance de todos. Los mejores conocedores eran los madereros y los tratantes de ganado. Y punto.
¡Turismo en Taramundi! Eso sonaba a broma tontorrona, a extravío político, o a timo… Otra cosa hubiera sido la elección de algunos de los elegantes pueblos de la costa, como Castropol y Figueras. Incluso, apurando, Vegadeo. Sin embargo, a la vuelta de 10 años, la bandera de Taramundi iba a ser, precisamente, su turismo. Rural, por supuesto. ¿Quién se iba a imaginar, en 1983, que sólo siete años más tarde, en el verano de 1990, se citarían allí, en el flamante y lujoso hotel La Rectoral, para celebrar su primera cumbre, el pleno de los gobiernos del Principado de Asturias y de la Xunta de Galicia? Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos presidía el de Asturias. Manuel Fraga Iribarne, el de Galicia. ¡Fraga Iribarne!, el abanderado histórico (sí, sí, el abanderado) de la modernidad turística española, visitando la renovada aldehuela de Os Teixois con admiración… Así lo testimonió el propio Pedro de Silva: «Él [Fraga] quedó maravillado de la experiencia de turismo rural y tomó nota para secundarla.» [Crónica publicada en el periódico ovetense La Nueva España, firmada por José A. Ordoñez, con ocasión de la muerte de Manuel Fraga Iribarne, en 2012, enero 17.]
¿Qué sucedió en ese tranco intermedio? En este texto voy a rememorar los comienzos del proyecto de Taramundi. Y soy voz autorizada, porque fui uno de los autores principales del drama y el protagonista del primer acto. Hasta esta página he permanecido, por decirlo así, entre bastidores. Quizás demasiado tiempo. Es mi carácter. Ahora, aun a regañadientes, salgo al proscenio.
Al respetado lector/espectador le cabe la valoración de los personajes y de las situaciones.
PRIMER ACTO
Escribo esta nota, impulsado por ciertos reportajes periodísticos que acabo de leer, muy tardíamente, (2021, marzo), publicados con ocasión el retiro político del alcalde de Taramundi (Eduardo Lastra Pérez) en el año 2015. Este hombre fue alcalde desde el año 1979 (sólo interrumpido entre los años 2003 a 2007, en que fue nombrado director del Instituto de Desarrollo Rural, del gobierno de Asturias). En tales reportajes el hombre se deja querer por los jóvenes periodistas aduladores, al aparecer como el “gran hacedor” del éxito de Taramundi, como el originalísimo emprendedor del asunto…..Ni él, ni los plumillas, mencionan, para nada, el papel esencial que tuvimos el pequeño equipo del Departamento de Economía Agraria del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Solamente en algunos pocos estudios académicos (publicados bastantes años después) se recoge la intervención seminal de nuestro equipo en la fase primera, que es el motor esencial de todo proyecto: la idea razonada, documentada, contextualizada y aplicada a ese concejo asturiano. Y no a otro, cuyas cualidades, de partida, podían ofrecer mayores perspectivas de éxito. Y esa fase sí tuvo un “padre principal”, que fui yo; y otro muy menor, que fue Venancio Bote Gómez. Las fases siguientes hasta coronar el éxito también tienen otros padres distintos. Estos, ya, políticos.
Yo fui el inspirador original del proyecto de Taramundi. Ninguna otra persona puede atribuirse el posible mérito de haberse fijado en ese concejo perdido, y desahuciado, del occidente asturiano, para protagonizar un proyecto de desarrollo endógeno, que transcendía el eventual establecimiento de una oferta turística de nuevo cuño. Esto es un hecho. Y en las siguientes plumadas me dedicaré a evocar cuál y cómo fue mi intervención.
La explicación completa requiere retroceder en el calendario unos años. Hasta 1978.
En octubre de ese año yo había ganado una beca pre-doctoral otorgada al Departamento de Economía Agraria del CSIC, con sede en Madrid. La convocatoria de esa beca había sido solicitada por el citado Venancio Bote, economista e investigador de ese departamento. Pocas semanas antes, el Ministerio de Agricultura me había publicado un libro cuyo título detallaré más adelante. (Incluido en su novedosa serie Estudios, una iniciativa de Luis Gamir Casares al ser nombrado Secretario General Técnico de dicho Ministerio.) En esa época, Venancio Bote, aunque siempre estaba mirando de reojo la posición macro del turismo en las tablas input/output de la economía española, se mostraba interesado en el comercio internacional de materias primas utilizadas como insumo para la agricultura y la ganadería españolas. (Más tarde, daría un vuelco total a sus preferencias inmediatas, decantándose por los estudios sobre turismo. Estudios, en su vertiente “de consultoría”.) En ese primer ambiente “de economía agraria” conocí a Miguel Ángel García Dory, ingeniero agrónomo asturiano y activista pionero de preocupaciones ambientalistas (fue uno de los promotores de ANA [Asociación Asturiana de Amigos de la Naturaleza, fundada en 1971]; la presidió hasta 1977). García Dory nos habló de la oportunidad de estudiar más a fondo la experiencia de una explotación ganadera, establecida unos pocos años antes, en régimen de cooperativa y ubicada en Seares, término de Vegadeo, que tenía una decidida orientación de acudir a piensos propios o, en todo caso, españoles para alimentación del ganado, prescindiendo del complejo maíz-soja importado de los EE.UU. La preocupación, entonces, era la de recortar pagos al extranjero, adoptando una política nacional de sustitución de importaciones. El déficit comercial por esta causa en la balanza de pagos, era enooorme. El segundo rubro detrás del petróleo, creo recordar.
Como yo no tenía decidido, aún, cuál iba a ser el objeto de mi tesis doctoral, acogí esa idea para “calentarla”. Y para ello se imponía viajar hasta la localidad asturiana y visitar la tal cooperativa. Ese viaje quise combinarle con otro propósito que tenía entre manos. Era el de la presentación en público del libro que me acababa de publicar el Ministerio de Agricultura (Antropología de la ferocidad cotidiana. Supervivencia y trabajo en una comunidad cántabra. Con prólogo de José Manuel Naredo). Esa presentación iba a tener lugar en Potes (Cantabria), la capital histórica de los Valles de Liébana, situada bajo la poderosa vertiente del Macizo Central de los Picos de Europa, en el interior del occidente de Cantabria. Y así lo hice. Concluida la visita a Potes, viajé hasta la casa familiar de García Dory, en el término asturiano de Arriondas, donde me acogieron cálidamente, pernoctando allí en esa jornada.
A la mañana siguiente partí, yo solo, hacia el confín del occidente asturiano, hasta Vegadeo, un recorrido, entonces, de unos 220 kilómetros, pues había que atravesar Oviedo. Desde la capital carbayona, la carretera hacia Grado, en el interior, primero, y desde allí a Luarca, en la costa, era un trazado sinuoso, con pendientes casi constantes. Y con un tráfico sobrecargado por los grandes camiones que transportaban los materiales y los equipos de la gran factoría de Alúmina-Aluminio que se estaba construyendo en San Cebrián, en La Marina de Lugo. Así que cuando llegué al desahogo topográfico de Tapia de Casariego recuerdo que paré a descansar y tomarme un preventivo café. El paisaje y la arquitectura popular de toda esa parte asturiana hasta Galicia me gustó mucho desde la primera vez que lo conocí, que había sido bastantes años antes, en 1965. Fue con ocasión de la excursión que hicimos ese año compostelano, santo y jubilar, los de mi clase del colegio de Santander. Llegué a Vegadeo ya oscurecida la tarde. Me resultó difícil encontrar alojamiento. Cuando había desistido y me encaminaba al lucense Ribadeo, justo al acabar el caserío de la localidad asturiana, antes de cruzar el puente sobre la ría del Eo, claro, vi un mortecino letrero que anunciaba un alojamiento. Paré para cubrir esa eventualidad. Y tuve suerte. Había sitio. Pero la suerte fue relativa. La habitación era un congelador húmedo. Y toda la instalación reclamaba un urgente aggiornamento. Esa era la realidad. Algunos años después, siempre en el curso de mis trabajos de campo, tendría que acomodarme a sitios aún peores.
Mi objetivo en Vegadeo era entrevistarme con los miembros de la Agencia de Extensión Agraria. Ellos eran los genuinos conocedores de la realidad campesina o de las explotaciones ganaderas de su demarcación y los que tenían los mejores contactos para ello. Quería su opinión sobre el asunto de la cooperativa de Seares. Así que eso fue lo primero que hice la mañana en que me libré del tenebroso alojamiento. En la Agencia de Extensión Agraria fueron amabilísimos conmigo y sus comentarios e información, muy útiles. Recuerdo a Roberto Fernández Argul, a Amelia Alcázar Martínez, a José Luis Suárez Alonso, y a Dolores Fernández López. Pasando por alto los detalles, la conclusión fue que, después de la visita a la citada cooperativa ganadera y demás, decidí que el tema no me interesaba como materia para mi tesis doctoral. Ya en Madrid, durante ese otoño de 1978 y el consiguiente invierno de 1979, fui madurando una alternativa, pero con una resolución obtenida de aquel viaje a Vegadeo. Fuera cual fuera el objeto concreto de mi investigación, quería localizarle en el occidente de Asturias.
Y así fue. Sin más concreciones, me decidí por realizar una investigación de corte antropológico social e integral de las comunidades campesinas, profundizando especialmente en tres concejos del indómito occidente asturiano: Vegadeo, Tineo y Villanueva de Oscos. En cierto modo, una prolongación del estudio lebaniego, pero a una escala mucho mayor y, más significativo, aportando la novedad de una metodología de contabilidad energética en el estudio de los diferentes modelos productivos tipificados en el período investigado, 1940 – 1975, con incursión en los antecedentes de finales del siglo XIX. En otras palabras, un seguimiento de la evolución registrada por la casería, esa unidad familiar de producción, consumo y convivencia intergeneracional. Incluyendo, y mucho, sus circunstancias demográficas.
Ya en 1979, durante los meses de julio y agosto, residí en Vegadeo para realizar, desde allí, el trabajo de campo en ese concejo y en el de Villanueva de Oscos. Y en ese tiempo fue cuando conocí Taramundi. Más tarde, en 1980, agosto, y 1981, enero-febrero, realicé estancias en Tineo con el mismo propósito. Concluida la redacción de la tesis, la defendí a finales de diciembre de 1981 (Universidad Complutense de Madrid. Muchos años después, esta universidad ha realizado una publicación digital de todas las tesis aprobadas en sus Facultades. La mía aparece con su título oficial: 1940–1975: Un estudio de cambio social en el Occidente asturiano. Veintiséis años más tarde, en el 2007, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación la editó con el título, Modelo productivo y población campesina del Occidente asturiano (1940–1975), con prólogo de Enric Tello. Esta edición prescindió de los anexos de la original y, además del prólogo del profesor Tello Aragay, añadió un buen puñado de fotografías de la época en que se escribió.)
Regresé a Vegadeo en 1983, verano, porque quería hacer un estudio, basándome en contabilidades energéticas, sobre distintas formas de gestión ganadera de bovino. Para ello seleccioné 7 explotaciones familiares en régimen semiextensivo, ubicadas en el entorno más o menos próximo de Vegadeo, con el criterio general de su mayor o menor grado de integración en el mercado de insumos y de su ubicación cercana a la costa o en el interior montañoso.
Fue durante esa estancia cuando conocí a Eduardo Lastra, recién elegido para su segundo mandato seguido como alcalde de Taramundi. Y lo hice a través de Amelia Alcázar Martínez, agente de Extensión Agraria en Vegadeo, a quien ya he citado. Amelia me conocía desde hacía cuatro años y sabía de mis andanzas por allí (dos de las explotaciones estudiadas, Navallo y Silvallana, están en el término taramundés). La iniciativa del encuentro partió de la propia Amelia, motivada por su interés en presentar al renovado alcalde a un investigador del CSIC (yo, entonces, tenía ya una beca post-doctoral en el rebautizado Departamento de Economía Agraria y Desarrollo Rural). Hay que situarse, claro, en el contexto de aquella época. Que alguien vinculado a alguna institución científica o universitaria recalara por aquellas aldeas perdidas interesándose por sus vidas era algo extraordinario. Y la reacción natural del paisanaje, sin distinción, era de curiosidad y de interés por ese forastero. Esa fue la causa de la intermediación de Amelia. Ella reconocía en Eduardo Lastra, el alcalde, un vivo y sincero deseo de “hacer algo” constructivo desde el Ayuntamiento de Taramundi, para robustecer la decaída vida (económica y social) del concejo. Pero reconocía, también su desconocimiento de las maneras de encarar con éxito su buen propósito. Por eso pensó Amelia que yo podía aportar “algo”, en ese sentido, al apurado alcalde. Y así se hizo. Nos reunimos los tres. Y yo puedo acreditar que la valoración de Amelia Alcázar sobre el señor Lastra era acertada. El renovado alcalde de Taramundi demostraba un genuino deseo de mejorar, desde las cortas competencias y medios municipales, la vida de sus paisanos. Pero también se sentía desconcertado sobre el mejor modo de hacerlo. Después de escucharle, yo le animé asegurándole mi impresión personal de que no sólo el concejo de Taramundi, sino toda la comarca, disponía de recursos naturales y culturales más que suficientes para encarar un plan que los introdujera en el mercado. Las circunstancias del “momento español” (incluyendo las mías propias dentro del CSIC) resultaban favorables para ese tipo de actuaciones.
Como resultado de la entrevista me comprometí a preparar una propuesta y comentarla con mi, digamos, tutor en el Departamento de Economía Agraria y Desarrollo Rural (DEADR). (Y digo tutor porque siendo yo, en la fecha, becario post-doctoral no tenía capacidad administrativa propia para optar a la financiación formal de proyecto alguno, dentro de los cauces establecidos en la Administración General del Estado. Llegado el caso debía hacerlo vía un investigador de plantilla. Y ése era el caso de un posible proyecto para Taramundi. Lo mismo que ocurrió, por esa época, con el proyecto para el Canal de Castilla, otra iniciativa investigadora completamente mía en su origen, luego malparada.)
Concluida mi estancia en Vegadeo, regresé a Madrid a finales de agosto de ese 1983. Durante los siguientes meses me ocuparía en digerir y dar forma a la investigación de campo realizada ese verano. El resultado se publicó en la Revista de Estudios Agrosociales nº 132 (1985), pp. 74 –126. (Su título: Perspectiva energética de la recría bovina en Asturias. Una jibarización del original: Explotaciones familiares de recría bovina semiextensiva en el occidente asturiano. Una perspectiva energética. Accesible a través de Internet.)
SEGUNDO ACTO
En Madrid, cumplí con mi promesa al alcalde de Taramundi. Venancio Bote Gómez, el investigador de plantilla en el DEADR con el que me relacionaba, acogió con mucho interés mi propuesta, valorando especialmente que hubiera (o pudiera haber) una demanda formal por parte del Ayuntamiento de Taramundi. Para mi propósito es importante anotar aquí que la propuesta original era un proyecto de desarrollo integral y endógeno, donde la eventual inversión turística que pudiera ejecutarse sería una más, y complementaria, de las otras tres que se planteaban. Y éstas eran: actuaciones para el aprovechamiento agrícola y ganadero colectivo de los prados y montes vecinales en mano común; actuaciones para recuperar un pequeño parque de seis microcentrales hidroeléctricas, diseminadas en el concejo, para dotarlas de nuevos usos productivos; y, en fin, actuaciones para revitalizar y normalizar la tradicional artesanía familiar de navajas y cuchillos, acreditada en las comarcas limítrofes, tanto asturianas como gallegas. Es un hecho que ése era mi planteamiento original y así fue presentado en las gestiones posteriores ante las instituciones del gobierno del Principado de Asturias. Y también es un hecho que, al cabo de todo, sólo se ejecutarían las inversiones orientadas a la actividad turística (alojamientos, adecuación expositiva de algunos de los viejos ingenios hidráulicos, mejora de los viales en el interior del concejo y habilitación de cierta área recreativa fluvial). El por qué esto fue así tiene su explicación, pero no seré yo quien la proporcione. Una verdad escueta es que, si yo hubiera estado interesado exclusivamente en la actividad turística, habría elegido otros destinos más favorables de ese confín occidental, por ejemplo, el concejo de Castropol.
Colofón de estos prolegómenos en el ámbito de los hechos, fue la firma, en el año 1984, marzo, de un convenio administrativo entre la Consejería de Agricultura y Ganadería del Principado de Asturias y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), de un año de vigencia, con el objeto de ejecutar el «Plan para la conservación y desarrollo de los recursos (agropecuarios, turísticos y energéticos) de la zona de Taramundi (Asturias)», elaborado en el seno del DEADR (Javier López Linage y Venancio Bote Gómez, con la colaboración puntual de dos expertos externos: Juan Carlos Torres Riesco, economista, consultor y empresario; creador del tren turístico TRANSCANTÁBRICO, financiado y operado por los Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha (FEVE) y comercializado, originalmente, por MARSANS; y José Luis García Grinda, arquitecto.)
Meses antes de la firma de ese convenio y precisamente para aquilatar los contenidos del mismo, Juan Carlos Torres y yo viajamos a Oviedo (desde Madrid). Fuimos los dos solos porque en esas fechas Venancio Bote estaba desempeñando una larga asesoría turística en la República de Ecuador, y otros países centroamericanos, implementada por la Organización Mundial de Turismo (cuya sede está en Madrid). Nuestro interlocutor era el consejero de Agricultura y Ganadería, Jesús Arango Fernández, quien nos presentaría, más tarde, a Pedro Piñera Álvarez, ingeniero industrial, consejero de Obras Públicas, Transportes y Comunicaciones, que también estaba muy interesado en el proyecto de Taramundi.
En ese mismo año 1984 tuve que lidiar con una solicitud inesperada. Por un motivo que no recuerdo, Venancio Bote estaba ausente cuando, desde la presidencia del CSIC, nos llegó un requerimiento urgente para documentar la respuesta a una pregunta escrita dirigida al Gobierno, realizada por un senador, acerca de nuestro proyecto de investigación. El parlamentario se interesaba por el contenido y resultados del programa de investigación que estaba desarrollándose en el CSIC (dentro del Instituto de Economía Agraria y Desarrollo Rural) desde el año anterior. Efectivamente. Desde 1983, Venancio había logrado financiación oficial [4.700.000 pesetas] para el proyecto titulado Instrumentos de Ordenación, Gestión y Promoción del Turismo Rural en España. La experiencia europea. Propuesta de una política turística para España e implantación de tres casos piloto. Y ahí, en el detalle de uno de los casos, aparecen las referencias al plan convenido para Taramundi. Así que yo, que detesto el papeleo administrativo, tuve que preparar, deprisa y corriendo, una respuesta rigurosa y convincente de la cuestión, que, desde el Gobierno, habían solicitado al presidente del CSIC. [Quien esté interesado en los pormenores del asunto puede conocer la respuesta proporcionada, en: Boletín Oficial de las Cortes Generales. Senado. I Legislatura. Serie I; 28 de diciembre, 1984, Boletín General nº 119. Pregunta 2.126; pp. 4756-4758.]
Siguiendo con los hechos, el siguiente escalón, fruto directo del convenio entre el CSIC y el Principado de Asturias, fue la creación de la empresa DITASA (Desarrollo Integral de Taramundi, Sociedad Anónima). Se trataba de una mercantil participada por la Sociedad Regional de Promoción del Principado de Asturias, Sociedad Anónima, con un 79,92% de capital desembolsado. El resto, por el Ayuntamiento y por seis inversores locales privados. Se constituyó en 1984, septiembre 28, e inició su actividad comercial en el mes de julio de 1986, con la inauguración del hotel La Rectoral (de 4 estrellas). Posteriormente engrosaría sus activos con nuevas modalidades de alojamiento.
Recapitulando esta fase o tramo “de los despachos”, para mí queda claro que las dos personas que empujaron políticamente para que el proyecto de Taramundi levantara el vuelo fueron Jesús Arango y Pedro Piñera. Sin duda, aunque yo no le conocí personalmente, algo debió pesar la tutela del presidente del gobierno del Principado, Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos (lo fue durante dos mandatos seguidos, 1983 a 1991). Y en algunos archivos del gobierno del Principado de Asturias y del CSIC estarán depositados los tres o cuatro tomos donde se recogieron, al detalle, los estudios sectoriales que sustentaron el plan de actuación.
Ya no puedo adentrarme en la fase siguiente, tercera, la de las obras decididas y su financiación, porque en el año 1985 salí de la ejecución del plan. La causa fue la ruptura interna en el equipo del CSIC con ocasión de la convocatoria de plazas de investigador de plantilla. Una fuente clásica de conflictos en el ámbito de las universidades y de los organismos públicos de investigación. Venancio Bote quiso imponer un candidato externo. Y no hubo entendimiento. La consecuencia práctica fue que yo abandoné mi participación en ese proyecto de Taramundi y también en el que se había empezado a desarrollar sobre el Canal de Castilla. En este último caso, el convenio se estableció entre el CSIC, por una parte, y por el Instituto del Territorio y Urbanismo; la Dirección General de Medio Ambiente (ambos, del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo) y la Secretaría General para el Turismo (del Ministerio de Transportes, Turismo y Comercio), por la otra. Fue en 1985 y su duración sería la de un año.
Algún tiempo después, cuando yo estaba fuera de los avatares del plan de Taramundi, recibí una llamada de su alcalde, Eduardo Lastra, para preguntarme si podía entregarle una copia de mi informe sobre la recuperación de las microcentrales hidroeléctricas. Le expresé mi extrañeza, primero, por llamarme después de varios años fuera del asunto, y luego, por la petición. Después de una evocación con distancia de casi 35 años, recuerdo su explicación como confusa, excepto en un punto: al parecer Venancio Bote, el acaparador de los papeles del CSIC, no se lo quería facilitar. A los pocos días le envié el informe que me pedía. Desde entonces, ya nunca volví a tener contacto alguno con personas comprometidas con el proyecto de Taramundi.
DIGRESIÓN POR OS TEIXOIS
Antes de concluir, quiero dejar una cita especial dedicada a la aldehuela de Os Teixois, que para mí fue, desde el principio, el argumento más sólido para armar una oferta de turismo específicamente cultural en el Concejo de Taramundi.
Conocí Teixois en 1983. No era lugar de paso. Era fin de trayecto. De trayecto carretero. Alguien forastero debía tener un buen motivo para tomarse la molestia de ir allí. Yo tuve un motivo. No sé si bueno. Era un capricho. Quería conseguir una navajita de lujo, casi un cortaplumas, con un acabado personalizado. Y alguien me habló (no recuerdo quién; quizás en el sitio donde me hospedaba) de un navalleiro muy pulido y esmerado. Me dieron su nombre: Melchor Legaspi. Y allá que me fui una tarde que llovía a cántaros (¡un recuerdo para Pablo Guerrero!). Teixois se levanta a unos cinco kilómetros del casco de Taramundi. Hacia el final, el trayecto se volvió difícil por resbaladizo. Circulaba despacio, en segunda. Recuerdo bien que, cuando faltaban unos quinientos metros para llegar, alcancé a un grupo de tres hombres bastante mayores que caminaban, bajo el aguacero, con bolsas en las manos. Paré y me ofrecí a llevarlos. Subieron al coche y, a la vista de Teixois, la cosa se puso seriamente deslizante, por el suelo arcilloso y porque los últimos doscientos metros eran una suave cuesta abajo; y porque la calzada era muy estrecha; y porque no había guardarraíles o quitamiedos en la parte que la ladera caía al arroyo das Mestas. Paré para colocar la primera velocidad en la caja de cambios. Reanudamos la marcha muy despacio, con el motor ronroneando. Sin tocar el freno. Ese trayecto final fue, de verdad, uno de los tres o cuatro más hormonados que he sufrido en mi vida de conductor. Ahora, en cambio, puedes viajar hasta Os Teixois en Rolls-Royce, sentado en el asiento trasero dibujando o sorbiendo el té de las cinco. ¡El progreso!
Llegué hasta Melchor Legaspi, quien me acogió, junto a su mujer, Trinidad Castro, con una llana bonhomía, que agradecí cumplidamente. En aquella época, al menos, lo primero al recibirte, siempre, en casa asturiana campesina o menestral, un café negro (de puchero, por supuesto), que te dejaba espabilado para el resto de la jornada. Mi mejor acreditación, supongo, sería el haber llegado allí aquella tarde desabrigada para un encargo postinero. Convinimos nuestra transacción y bastante tiempo después tuve en mis manos la preciosa navaja. Por supuesto, todavía la conservo.
Si en la cabeza llevas instalado el filtro de la arquitectura popular española (como era mi caso) la entrada a Teixois es inolvidable. Con su altivo cabazo de piedra en primer plano, a la izquierda, el corto caserío casi enfrente, a la derecha, la puentecilla intermediando y, al fondo, los perfiles del mazo ferronero, y del banzao, o reservorio, del agua, coronados, como punto de fuga, por la silueta de otro cabazo, alineada con la del escueto molino harinero.
Para obtener una rica perspectiva caballera del conjunto, hay que caminar por el sendero que, desde antes de llegar a la aldea, se encabrita por la media ladera a partir de la capillina de Santo Domingo. Y seguir hasta situarse enfrente, y por encima, del conjunto hidráulico que una cultura campesina y artesanal, dotada de un indudable conocimiento técnico a la altura de su tiempo, levantó para su mejor economía, en ese confín taramundés.
Ese conjunto me maravilló desde el principio por su despliegue menestral del concepto de sistema. Y cuando Melchor Legaspi me enseñó con detalle los interiores del molino, del afiladero y, sobre todo, de su gran mazo ferronero, evoqué, entusiasmado, los viejos grabados de Agostino Ramelli, editados por su mano en París, año de 1588 [Le diverse et artificiose machine…]. Todos los ingenios hidráulicos del Concejo de Taramundi podrían haberse construido siguiendo la técnica y los modelos del capitano transalpino, una cumbre de la técnica renacentista europea. Ese es el gran legado cultural que todos podemos conocer hoy (y disfrutar, según los casos) en algunos de los recovecos de Taramundi.
Naturalmente, el haber colocado a Teixois en el centro de la oferta turística cultural del proyecto, es prueba, más que suficiente, de mi admiración por ese legado. A mayores, está el haber difundido su existencia de forma temprana y destacada en un libro singular por la profusión y calidad artística de sus imágenes, hoy sólo accesible en librerías de viejo. Su título: Agricultores, botánicos y manufactureros. Los sueños de la Ilustración española. (Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1989), firmado por J. C. Arbex y por mí mismo. Allí, de la mano de Juan Carlos Arbex, gran dibujante y acuarelista, se publicaron, entre dibujos y acuarelas, un total de 10 imágenes protagonizadas por Teixois [pp. 110; 138-140; 196; 204]. Las más destacadas, la vista caballera del conjunto hidráulico y la página desplegable correspondiente al mazo ferronero.
MUTIS
Algunos años después, en 1987, tuve la oportunidad de exponer la médula del proyecto original de Taramundi (en parte no desarrollada, al focalizarse, casi exclusivamente, en la actividad turística), en un seminario sobre desarrollo rural celebrado en la universidad portuguesa del Algarve. El título de mi intervención: Cultura campesina y desarrollo integral. El caso del concejo de Taramundi (Asturias). Dos años más tarde, las ponencias de este foro se publicaron bajo el título, O Algarve na perspectiva da Antropología Ecológica. Editado en Lisboa por el Instituto Nacional de Investigação Científica (INIC). 1989 [475 pp.] [mi intervención: pp. 309-320].
En la práctica, este texto es inencontrable hoy en Portugal, fuera de algunas bibliotecas universitarias y camerales. Mucho más en España. Y a través de internet tampoco parece posible. Por eso me parece oportuno agregarle aquí, como apéndice. Su lectura hará más comprensible esta aplazada explicación y, mucho más importante, una valoración más justa, por completa e integradora, del proyecto original, aparejado en 1983/84, para el desarrollo del Concejo de Taramundi por parte del equipo del CSIC.
¡ADIOS!
Ω
APÉNDICE
CULTURA CAMPESINA Y DESARROLLO INTEGRAL
El caso del Concejo de Taramundi. Asturias. (España)
Javier López Linage
(Instituto de Economía y Geografía Aplicadas. C.S.I.C. Madrid.)
A pesar de que la latitud de Asturias supone un hecho geográfico diferencial respecto al Algarve, muchos espacios y comunidades campesinas asturianas presentan, frente al reto de la “modernización”, una problemática que, considerada desde una perspectiva de antropología económica, es claramente extrapolable a ciertos espacios algarvíos, modificándose, solamente, el nombre de los actores.
El caso del Concejo de Taramundi pienso que tiene interés, básicamente, para la extensa zona de Sierras algarvías, que es un espacio campesino claramente marginal y degradado, pero con recursos suficientes como para optar a una posición económica y cultural superior a la actual. Este es el nexo más fuerte que conecta Taramundi con Algarve y el que puede justificar mi pretensión de exponer, ante ustedes, la filosofía y el estilo de articular, en la práctica, una intervención planificada que resuelva, de la forma más adecuada posible, los problemas de las comunidades concernidas.
Otro foco de interés, y no el menor, resulta del hecho de que el Proyecto de Taramundi ha superado su fase, digamos, teórica y puede ofrecer ya un cierto nivel de inversiones y obras, realizadas por iniciativa, principalmente, de las autoridades autonómicas.
Desde mi perspectiva, entiendo que el objeto de todo plan de ordenación económica (sea local, regional o nacional) es, básicamente, el de la conservación y mejora del capital natural dado. Y, en ese sentido, el “hilo conductor” de mi discurso va a ser la caracterización de la cultura campesina en relación con su influencia en el medio físico y a la inversa.
En una primera parte de esta exposición, caracterizaré a este respecto los rasgos campesinos tradicionales; su ruptura contemporánea y la situación actual. Y en una segunda, presentaré con cierto detalle el Plan de intervención llevado a cabo recientemente (1985) en Taramundi, un Concejo muy marginado del extremo occidental de Asturias, en el norte de España.
De la cultura campesina
En la cultura tradicional[1] la acción de conservación y mejora del medio físico (parte mayoritaria del capital natural) era ejecutada, fundamentalmente, por el campesinado. Esto es obvio, pues de tal comportamiento dependía, no sólo su subsistencia y, eventualmente, su prosperidad, sino también la de toda la población en su conjunto. No obstante, ello no quiere decir que el paisaje agrario tradicional reflejara exclusivamente las preferencias (es decir, las necesidades) del campesinado en su conjunto, pues éste raramente era libre para determinar la cantidad y variedad de sus cultivos y ganados, ya que ambos venían impuestos por los distintos sistemas de acceso al uso y tenencia de la tierra. Es decir, eran los beneficiarios del sistema de propiedad de los medios productivos (tierras y ganados) los que tenían una responsabilidad más directa en la configuración del medio físico tradicional. Un elemento básico, pues, de la cultura tradicional ha sido la conservación y mejora de los valores productivos del medio físico. Y esta posición era obligada, tanto para los campesinos –única fuente de subsistencia– como para la clase dominante, para quien, además de ser una fuente de subsistencia, el cuidado del medio físico resultaba una importante (muchas veces exclusiva) fuente de rentas.
El cambio
La principal ruptura histórica con tal posición tradicional se produjo cuando la clase propietaria empezó a poder desplazar sus fuentes de rentas hacia otros (nuevos) sectores de actividad. Cada país, obviamente, presenta un calendario diferente[2], pero el suceso tiene un elemento común: las nuevas actividades tomaron una orientación en la que ya no estaban directa ni mayoritariamente vinculadas a los valores biológicos del capital natural o, si se quiere, a los valores del capital natural renovable.
La consolidación y abundamiento de tal ruptura ha tenido profundas consecuencias, tanto para la organización social, como para la configuración y calidad del medio biofísico. (En su caso más extremo puede comprobarse que este cambio social radical ha llevado a fijar importantísimas fuentes de rentas en la extracción depredadora del capital natural.)
Lo que me interesa resaltar es el profundo cambio cultural que se ha operado en las relaciones del Hombre, incluyendo a muchos campesinos tradicionales, tanto con su medio físico, como con sus semejantes. Breve, pero rigurosamente, esta transmutación de valores puede caracterizarse diciendo que se ha pasado de una economía tradicional basada en el “valor de uso” de los materiales a otra en la que mandan los “valores de cambio”. Es necesario tener presente este hecho para entender la actual aberración –tan evidente en el lenguaje cotidiano– de identificar lo económico sólo con lo monetario. Lo que favorece que se consideren muy rentables (monetariamente) actividades que, en el fondo, son sólo extractivas, es decir descapitalizadoras de un patrimonio natural, muchas veces de carácter vital.
Entre los reflejos o consecuencias más notables de esta ruptura en el “espacio campesino” tradicional, destacaría:
- Derrumbe de la demografía (en su estructura y en su dinámica).
- Cambios profundos en el sistema productivo, reflejados en el paisaje agrario (cultivos funcionales para un mercado lejano, etc…)
- Abandono y degradación de parte del espacio productivo tradicional.
- Ocupación del suelo fértil para usos urbano-industriales.
Es obvio que cada una de estas consecuencias daría por sí misma para agotar una extensa intervención, pero, por mi parte, sólo quisiera sintetizar al máximo la consecuencia final pertinente a mi discurso. Y es ésta: El suceso «ruptura de la valoración campesina del capital natural» por parte de la clase dominante ha originado un consumo desmedido de bienes no renovables, por un lado, y, por otro, una degradación e incuria de una parte de los renovables. Cierto que también (e, incluso diría, sobre todo), se ha producido una importantísima intensificación de la producción agropecuaria y que sus rendimientos son más altos que los de época tradicional, pero ello se debe a que las explotaciones modernas presentan un balance energético crecientemente negativo, que el sistema contable convencional está lejos de recoger, y que se soporta gracias a la explotación a que están sometidos los países exportadores de materias primas y combustibles, por parte de los países altamente industrializados.
Y lo cierto es que la responsabilidad de la conservación del medio físico no ha pasado, ni mucho menos, a manos del campesinado, pues la estructura de la propiedad productiva y/o su gestión, no se transfirió de forma fluida a los trabajadores directos de la tierra, en la misma medida en que los dueños desplazaban el objeto de su interés fuera del «espacio campesino tradicional» que, históricamente, se comportó como la más importante fuente de capitalización monetaria. Una de las conclusiones más remarcables de este proceso es que la mejor garantía para conservar y mejorar el patrimonio productivo es una agricultura vigorosa controlada por los campesinos y por el poder local. Esto no quiere decir que la actividad económica de un territorio deba basarse exclusivamente en el sector agrario, sino que sería necesario que los «valores de la cultura campesina»[3] dominaran el comportamiento económico total del territorio concernido.
El caso del Concejo asturiano de Taramundi – España
Lógicamente, las dificultades importantes se presentan a la hora de articular, en la práctica, todo este cúmulo de “buenos deseos”. Y como una forma práctica y real que ilustre esta concepción, quisiera comentarles, brevemente, el proyecto que recientemente (1985) se creó en el C.S.I.C. para el Concejo asturiano de Taramundi (España).
Este Concejo está situado en el extremo occidental de Asturias, en su límite con Galicia. La superficie geográfica es de 81,76 km²; 1.288 habitantes (15,7 hab./km²), repartidos en 52 entidades de población (aldeas). [Datos referidos a 1984.]
Desde el punto de vista físico, el territorio presenta estos rasgos:
- Orografía: Media montaña. Escasa altitud media (276 metros, aprox.), pero con relieve muy accidentado.
- Régimen de Humedad: Húmedo.
- Régimen de Temperatura: Pirenaico Ioannis Papadakis
- Suelo dominante: Textura arenosa a franco arenosa.
- Elevada materia orgánica.
- Ácido.
Es un medio físico para pastos, cultivos forrajeros y bosques. Es decir, un medio cuya vocación natural es ganadera y forestal.
Desde el punto de vista económico convencional, este Concejo, como prácticamente todos los del Occidente asturiano, presenta acusados rasgos de marginalidad, que pueden comprobarse, tanto en su realidad demográfica, como en el paisaje y, por supuesto, en su nivel de ingresos. Tanto el espacio como las comunidades del Occidente asturiano pueden ilustrar, típicamente, el pasado campesino tradicional europeo, con una situación actual profundamente desorientada, desasistida y a merced del “mundo externo”.
De entre los rasgos tradicionales del Occidente asturiano destacaría éstos:
1º.– Un fuerte sometimiento de las familias campesinas a la autoridad señorial/eclesiástica (mediante la modalidad de «foro»), en cuyo poder estaban los principales medios productivos.
2º. – Una economía campesina forzada a la producción de ciertos “cultivos de renta” para proporcionar a los propietarios, lo que llamo, antiexcedentes.
3º.– Una estructura demográfica relativamente armoniosa, pero con elementos negativos:
- Alta mortalidad infantil endógena.
- Distribución de la mortalidad a lo largo de todas las edades.
- Abundancia relativa de mujeres matrimoniables.
Veamos algunas cifras sobre dos de estos rasgos: la propiedad y los antiexcedentes.
- – La propiedad
Todavía en una fecha tan cercana a nosotros como 1964, en el Concejo costero de Vegadeo (colindante al de Taramundi) podía encontrarse uno con el siguiente registro (procedente del Catastro Municipal de Rústica): sólo el 7% de los propietarios controlaba el 42% de la Superficie Agraria Útil (SAU); o el de Villanueva de Oscos, otro Concejo de interior (como Taramundi y lindando con él): en la citada fecha, allí, el 7,55% de los propietarios controlaba el 32,5% de la SAU; o en Tineo, el segundo Concejo mayor de Asturias, con 536 km², donde el 10,6% de los propietarios disponía del 38% de la SAU. Estas cifras son una sorpresa para el Norte de España, donde el tópico las atribuiría, sin dudarlo, a las zonas de latifundio más conocidas: Andalucía y Extremadura.
- – Los antiexcedentes
La unidad básica de producción campesina tradicional en Asturias (perfectamente encuadrada en lo que se conoce como economía de subsistencia) era la casería.
Según una reconstrucción personal de la casería típica tradicional en el Occidente asturiano, realizada desde una perspectiva de contabilidad energética, la actividad productiva de la familia campesina soportaba un déficit estimado en 75 días anuales equivalentes de hambre e inactividad para toda la familia (7 miembros), en los casos más duros, y en 11 días, en los casos más benignos. Y ello no se debía a la insuficiencia del medio físico o del trabajo familiar, sino a las crecidas rentas en especie que la familia debía entregar al propietario. Tales rentas han sido convencionalmente tratadas como «excedentes» de la casería, pero es obvio que sólo pueden ser consideradas como tales desde la perspectiva del propietario, pero no desde la del productor, para quien la entrega de esa renta significaba una permanente situación de miseria material. De ahí que aventure el término de «antiexcedente» para denominar esa extracción forzosa que los señores de la tierra imponían sobre un volumen de la producción que resultaba vital para la familia campesina.
El proceso de cambio que han experimentado estas comunidades, este territorio, es contemporáneo (décadas 1960 y 1970) y puede considerarse típico, afectando, lógicamente a los rasgos tradicionales aludidos:
Resumamos las modificaciones con brevedad:
- Dulcificación de las condiciones del poder tradicional (mayor acceso a la propiedad y cambio de las rentas hacia el dinero frente a las rentas en especie).
- Aparición de un mercado “libre”. Adaptación a la nueva demanda típicamente urbana (carne, leche y derivados).
- Emigración de los jóvenes, sobre todo mujeres.
- Abandono de las zonas productivas tradicionales u ocupación por otros usos.
Aproximadamente, este es el panorama que nos encontramos al trabajar en un Plan para el Concejo de Taramundi, municipio que, por otra parte, presenta el matiz particular de albergar una artesanía familiar del hierro (cuchillos, navajas, tijeras…), todavía funcional para la demanda local.
Ofrezcamos algunos datos básicos para caracterizar la economía agraria de Taramundi (absolutamente dominante) [1984]:
Superficie media por explotación: 3,9 ha. [hectáreas].
Producción final ganadera: 67 al 90% de la Producción final Total.
Ganado bovino: 10,66 Unidades de Ganado Mayor (UGM) de recría por explotación;
4,81 UGM lecheras por explotación.
Estos datos, junto con otros que no citamos aquí, nos lleva a perfilar una de las paradojas más extendidas en los sistemas agropecuarios de España: la dependencia de importantes suministros externos a las explotaciones (especialmente constatable en la leche), coexistente con la infrautilización de vastos recursos vegetales propios. Y ambas situaciones están perfectamente ligadas.
El proyecto
En tal situación y con la perspectiva de ampliar el horizonte de la actividad económica del Concejo, pero dentro del contexto campesino, el diseño del proyecto de intervención incluye una dedicación a estas cuatro actividades: agraria; artesanía del hierro; equipamiento energético; y turismo rural.
Precisemos, un poco, cada una de ellas.
1ª. Agraria
De acuerdo con los datos ofrecidos anteriormente, la actuación en esta dimensión de agricultura/ganadería/montes, estaba dirigida a superar la fuerte limitación de su estructura productiva; es decir, a dotar de mayor superficie unitaria a las explotaciones con ganadería ligada a la tierra. Pero ¿de dónde saldría esa ampliación?: de los montes vecinales, prácticamente fuera del «espacio económico campesino» desde que se produjo la ruptura del sistema tradicional.
¿Cómo se articularía en la práctica? Se crearían grandes pastizales, a partir de la roturación de monte no forestado, y cercando su perímetro con vallas permanentes. En ellos se practicaría un pastoreo rotativo con cercas móviles, que afectaría al 75% de su superficie; el resto de la misma, aunque también se pastaría, estaría dedicado, básicamente a la producción de heno. Asimismo, se prevenía la construcción de refugios y abrevaderos para el ganado (bobino del país), que estaría siempre en los pastos, excepto los meses de diciembre y enero. Complementariamente, también se preveía el cercado perimetral de amplias zonas de bosque y su roza o limpieza arbustiva interior, como mejora cultural del propio bosque y, también, para que el sotobosque potenciara su capacidad ganadera, que preveíamos orientada, en este caso, al ovino o equino.
Para que todo ello fuera posible había que cumplir dos condiciones. La primera es que los vecinos, que tienen derechos muy desiguales sobre la propiedad proindivisa del monte, decidieran otorgarse un derecho igualitario en el nuevo uso de las fincas afectadas. La segunda, es que los vecinos debían constituirse en alguna forma de sociedad laboral, pues en el ordenamiento jurídico español, los vecinos, como tales, carecen de personalidad jurídica propia.
Después de un intenso trabajo en ciertas aldeas para explicar el Plan y conseguir que los vecinos aceptaran un acceso igualitario a la tierra, dos aldeas que comparten el mismo monte accedieron a unirse en sociedad cooperativa para la constitución y explotación familiar de un pastizal en dos fincas vecinales con un total de 65 hectáreas; superficie que, para las dimensiones habituales en el Concejo, es un tamaño muy notable.
La estimación del impacto más importante de esa mejora en el sistema productivo era el siguiente:
1º. – Como término medio, la nueva dotación de tierra productiva suponía un aumento del 126%.
2º. – El nuevo ganado que se puede introducir alimentado con medios propios supone un aumento por explotación del 61,41% sobre el número medio de UGM de carne (10,62) existente entonces.
Los vecinos de estas dos aldeas (Les y Calvin) hicieron un esfuerzo histórico en España y llegaron lejos, pero sus limitaciones financieras les hacen dependientes de la Administración estatal; además, carecen de líderes competentes. Y sin que haya habido una explicación oficial o privada, este proyecto dormita, desde hace casi dos años, en el cajón de alguna mesa del gobierno autonómico de Asturias.
2ª. Artesanía del hierro
Por paradójico que parezca, esta actividad puede considerarse la «fundadora» histórica del Concejo de Taramundi y, también, de otros del Occidente asturiano.
En el siglo XVI, la Corona española (Felipe II) propició la instalación de ferrerías para aprovechamiento de materiales básicos para la actividad metalúrgica tradicional y que en su territorio se encontraban con relativa facilidad: mineral de hierro muy accesible; bosques de roble (Q. robur) para preparar carbón vegetal y saltos de agua para instalar mazos o martinetes. Y para ello se colonizó el territorio con un conjunto vigoroso de familias artesanas, cuyo grueso procedía de la Lombardía (península itálica) y de la Vasconia española y francesa. La dedicación a la ferretería tradicional dio paso, más modernamente, a la especialización de los artesanos en la cuchillería y su conversión histórica en agricultores familiares a tiempo parcial.
Puesto que la artesanía ha llegado hasta nosotros con una relativa vitalidad, las actuaciones propuestas se centraban, fundamentalmente, en los aspectos comerciales, aunque, localmente, existían “modernistas” que pretendían homogeneizar/concentrar la producción artesanal dispersa en las caserías
De todas formas, la continuidad de muchas de las ferrerías (hay 25) familiares está comprometida, pues, a medio plazo, carecen de continuidad biológica.
3ª. Equipamiento energético.
Como reliquia industrial, el Concejo de Taramundi, a pesar de lo exiguo de su territorio, cuenta con un total de 13 pequeños saltos hidroeléctricos, de los cuales 10 todavía está activos.
Nuestro proyecto pretendía hacer una selección de los más interesantes desde el punto de vista de su potenciación técnica, para ligar la energía eléctrica generada con el tratamiento industrial de alguno de los recursos naturales del Concejo.
Seleccionamos cinco microcentrales, más una de un concejo limítrofe que se encuentra desmantelada. Con las reformas previstas, que totalizaban una inversión de 75,5 millones de pesetas (1985), se obtenía una potencia instalada de 869 kW. Y una generación anual estimada de 4.230 MWh (equivalentes a 6.409 barriles de petróleo).
El análisis del consumo energético de una fábrica de parquet cercana a la zona (en Ribadeo, Lugo. Galicia), con capacidad para manufacturar 100.000 m² de parquet de roble al año (trabajando al 60% en aquel año), nos permitió calibrar la dimensión industrial de la nueva potencia disponible en las microcentrales de Taramundi, pues ésta equivale al consumo facturado de casi 10 fábricas como la mencionada del parquet.
La situación, pues, era muy clara. Frente a la situación actual de cuasi abandono y, en todo caso, de evidente infrautilización, nuestra alternativa intentaba ofrecer una energía muy necesaria y renovable, a precios notablemente inferiores a los del mercado eléctrico, para que actuara como un coste de oportunidad y factor de localización favorables y diera pie a la creación de aprovechamientos industriales de ciertos recursos naturales presentes en el Concejo: p.e. productos transformados de la madera; deshidratación de forrajes; elaboración de piensos; tratamiento de la leche y derivados; artesanía del hierro; y venta a la red eléctrica general de media tensión.
4ª. Turismo rural
En una primera intención, con la creación de una minioferta de turismo en Taramundi se pretendía que ésta sirviera como renta complementaria para ciertas explotaciones, mediante la “puesta en valor” de ciertos elementos locales hasta entonces no considerados como recursos permanentes. Por razones que no vienen al caso exponer ahora, lo que empezó siendo complementario ha terminado por ser la actuación estrella, o protagonista, a la hora de ejecutar las inversiones previstas. De todas formas, lo que importa es la filosofía del asunto. Y ésta es sencilla.
Como es conocido, la oferta turística, en un destino dado, consta de dos componentes: de alojamiento y de entretenimiento. Respecto al alojamiento, nuestra propuesta era la de recuperar, reacondicionándolas, con un alto nivel de calidad, viviendas campesinas deshabitadas. Por la parte del entretenimiento, nuestro trabajo fue “poner en escena” lo que nosotros consideramos que son recursos valiosos y escasos en nuestra cultura dominante, como contenido fundamental de un turismo de nuevo cuño: el paisaje agrario; la tranquilidad de las aldeas; la monta de caballos por los antiguos (abandonados) caminos de herradura; la artesanía del hierro y otras de menor entidad; la caza controlada del corzo y del jabalí; la pesca de la trucha y del salmón: y, en fin, la gastronomía del lugar…
La organización comercial básica consistiría en la creación de una oficina central de reservas, gestionada por la empresa que se crearía al efecto y que, en principio, estaba llamada a gestionar, también, las actuaciones de los otros sectores. En el día de hoy, ¿qué ha sido de todo esto?
En el propio transcurso del proyecto se constituyó una sociedad anónima de carácter mixto (capital público y privado, con mayoría de éste), cuya denominación Desarrollo Integral de Taramundi, Sociedad Anónima (DITASA) trataba de recoger la intención globalizadora del proyecto.
Como he adelantado antes, las inversiones principales realizadas hasta el momento se han dirigido hacia el componente «alojamiento» de la oferta turística y, en menor medida, hacia la parte «de entretenimiento». Respecto al alojamiento, el protagonista destacadísimo ha sido la construcción de un pequeño hotel de lujo, recuperando, en parte, la antigua casa rectoral de Taramundi, que es un bello ejemplar de la arquitectura campesina del Occidente asturiano y magníficamente ubicado, como corresponde a la mejor tradición eclesiástica. Este hotel ha requerido una inversión de 85 millones de pesetas y fue inaugurado al público en el mes de junio de 1986. Su capacidad es de 12 habitaciones dobles, la mitad de ellas con una gran terraza, y su equipamiento es considerado “de lujo”.
Este tipo de actuación sólo fue parcialmente recomendada en el proyecto, donde el énfasis (el interés) se puso en la conservación y reacondicionamiento de ejemplares significativos y deshabitados de viviendas campesinas tradicionales.
Esta última labor parece que se está llevando a cabo, últimamente, con mayor decisión.
Y respecto al componente «de entretenimiento», las obras realizadas hasta el momento han consistido en el acondicionamiento de un área de baños y merienda en uno de los ríos y en la rehabilitación de uno de los 3 mazos o martinetes hidráulicos que se conservan todavía.
Corolario final
Más allá de este proyecto concreto y de sus detalles, lo que quiero transmitirles a ustedes es la filosofía que anima su planteamiento y alguna de las formas de articularlo en la práctica. Si se me pidiera que resumiera en un solo concepto mi posición respecto a los proyectos o planes de intervención u ordenamiento territorial, mi respuesta sería: patrimonialismo. Esto, quizás, es claro y sencillo de entender, pero, sin duda, muy difícil de articular en la práctica; sobre todo porque la cultura dominante y, particularmente, las conceptualizaciones de la economía convencional, están lejos de recoger y valorar esta posición.
Dentro de tal concepción patrimonialista me apresuro a subrayar que el capital natural, señaladamente el renovable, ocupa una posición, obviamente, central. Pero indisolublemente unido a él debe colocarse el capital antrópico, tanto más preciado cuanto es más frágil y, en cualquier caso, dependiente de aquél. Y desde esta perspectiva, afirmo que el éxito o el fracaso en la gestión del capital natural presente en un territorio dado, viene marcado (definido) por la cualidad del capital antrópico comprometido y nunca debería olvidarse que la parte cerebral, rectora, del capital antrópico es lo que conocemos, rigurosamente, como cultura; e, históricamente, pocos colectivos humanos pueden demostrar una experiencia más solvente, dilatada, diversa e, incluso, emocionante, que la generada por el estilo campesino de estar-en-el-mundo.
Madrid, enero, 1987.
ADENDA
Recomendación final
Como una forma práctica y, a modo de recomendación, quisiera enumerar algunas de las acciones de carácter general que deberían ejecutarse como garantía previa de una correcta planificación integrada.
Lo primero, lógicamente, es una discusión abierta y rigurosa sobre la filosofía y los objetivos que animan la intervención, con una identificación clara de sus beneficiarios.
Para la agricultura
- Descripción y análisis de los sistemas productivos tradicionales. (Perspectivas ecológica y económica.)
- Su representación cartográfica a escala 1:25.000.
- Lo mismo, para los sistemas contemporáneos.
- Habilitación de un sistema financiero adaptado a los sistemas de producción biológica (largo plazo; tasa baja; inversiones patrimoniales).
- Política demográfica de asentamiento/distribución y de crecimiento.
- Política de formación técnica y de gestión agraria.
Para el tema territorial
- Cartografía ecológica y de usos del suelo a escala 1:5.000.
- Instrumentos administrativos para la ordenación del suelo urbano.
- Figuras administrativas para la protección especial de las áreas más fértiles, más frágiles.
- Lo mismo, para garantizar la fluidez total del ciclo hídrico.
- Legislación contra la venta directa, o indirecta, del suelo a extranjeros.
- Acciones para la defensa y “puesta en valor” del patrimonio arquitectónico, paisajístico, ecológico y artesano.
- Socialización del suelo urbano.
◀▶
[1] Como todos los asistentes somos especialistas, me permito suponer que hay un acuerdo generalizado sobre los conceptos de «cultura», «campesinos» y «tradicional».
[2] Desde el punto de vista histórico, tal ruptura se puede identificar con lo que, convencionalmente, se conoce como “revolución industrial”, cuya cuna se sitúa en el último cuarto del siglo XVIII en Inglaterra. Entonces, el uso progresivo de un combustible fósil (el carbón de piedra) permitió un importante aumento de la potencia unitaria por instalación fabril, suficiente como para desvincular, desde el punto de vista territorial o espacial, ciertos recursos importantes para la (nueva) actividad económica, propiciando la concentración urbana.
[3] Desde mi perspectiva, los valores que sintetizan bien el carácter campesino tradicional pueden ser éstos: conservación y mejora del capital natural (señaladamente, del renovable); autolimitación del crecimiento económico; y diversificación del espacio productivo. Todos ellos pueden resumirse en uno solo: la tendencia campesina hacia el ideal de la autosuficiencia.